martes, 1 de diciembre de 2015

Día Mundial de la Lucha contra el SIDA

  "El virus que navega en el amor avanza soltando velas, aplastando las defensas por tus venas". Así describía Mecano (post a post voy delatando mi devoción por sus letras) la entrada del SIDA en la movida madrileña de los 80.

  Todavía hoy sigue habiendo incógnitas, prejuicios y mucha investigación por hacer para conseguir erradicarlo o aprender a vencerlo. Pero no se nos puede olvidar el aspecto más relacional de las personas contagiadas: no sólo ellos, sino también sus familias, sufren de una forma u otra las consecuencias de VIH. Sobre todo dentro de la pareja, pues al tratarse de una enfermedad de transmisión sexual, las relaciones sentimentales se ven altamente condicionadas.

  Cuando la presencia del virus es una información que se conocía de antemano, la relación se ha construido sobre esta noticia y conocimiento; sin embargo, si se trata de un diagnóstico repentino, surge la duda: ¿cómo y cuándo ha llegado? Pero en cualquier caso, el miedo al contagio se convierte en un protagonista directo dentro de la relación. Se trata de uno de los aspectos más destacados entre las personas de alrededor del paciente con SIDA y por eso lo suelen ocultar, para no recibir el rechazo de quienes más quieren.

  Pero mayor que el miedo al contagio es el miedo a la muerte, que se percibe tan cerca. Pueden enfrentarse a momentos de tristeza, a picos de ansiedad; pero la mayor parte del tiempo está presente el duelo por la pérdida, incluso desde antes de la pérdida. La información que tenemos del SIDA nos hace esperar el final ya desde el principio, se vive como una crónica de una muerte anunciada y esto complica la relación: parece imposible que podamos disfrutar, y el sufrimiento por la situación vivida se impone casi de forma permanente y resiente la relación.

  Se trata de un obstáculo muy difícil de sortear y puede que incluso haya que recurrir a ayudas y apoyos. Pero cuando una pareja tiene clara su intención por seguir juntos, puede sobrevivir al VIH.

  Porque, al fin y al cabo, este virus no afecta a la capacidad emocional y se puede seguir queriendo bien.
  
“Que es tu risa, no tu sangre, quien contagia de alegría las esquinas, los rincones de mi vida. Que eres tú, que no es tu sangre, quien invade de felicidad mis días.
Comiéndote a besos, Rozalén (2013)

martes, 24 de noviembre de 2015

Cuando lo pequeño ocupa mucho

  En las novelas, las películas y las canciones de amor, hay un gran momento (casi siempre cerca del final) que busca emocionarnos y hacer que queramos conseguir lo mismo en nuestra propia vida. De hecho, solemos esperar que los momentos importantes vengan de la mano de algo que sería digno del mejor episodio de una serie, como si valieran más por ser más ruidosos, más reconocidos, más grandes. Pero a veces, esperando ese gran momento, obviamos los pequeños detalles.

  La cuestión es que esos pequeños gestos son los que al fin y al cabo hacen que nos enamoremos a diario. Y éste es el objetivo que deberíamos perseguir en nuestra pareja: ver cada día algo (por pequeño que sea) que me acerque a mi pareja y me haga sentir que bien vale todos los esfuerzos que hago.

  Imaginemos un jarrón cilíndrico. En ese jarrón, podríamos meter una gran roca que cupiera perfectamente: no sobresaldría por encima ni arañaría las paredes por dentro. La roca podría ser perfecta para el tamaño de ese jarrón. Por decirlo de alguna manera, cumpliría las expectativas. Pero inevitablemente, seguirían quedando huecos, porque los bordes no estarían aprovechados.

  Sin embargo, si en lugar de una única piedra enorme, optamos por ir rellenando el jarrón con pequeñas piedras, aprovecharemos más el espacio, llegaremos a todos los rincones y podremos utilizar los huecos para ir metiendo otras piedrecitas de distintos tamaños hasta llenarlo. Puede que, si hemos elegido bien las piedras que ir metiendo, este jarrón llegue a pesar incluso más que en el que únicamente había cabido una roca.

  Con los detalles en pareja ocurre algo parecido: podemos tener un jarrón preparado para aguantar el peso y el espacio de un gran detalle por parte de la otra persona, pero será mejor ir aprovechando y apreciando las pequeñas cosas para que el jarrón no termine por quedarse vacío. Pero además, no debemos olvidar esa búsqueda a lo largo del tiempo, ya que si llenamos el jarrón con el primer gran gesto que nos regale, quedarán huecos sin aprovechar.

  Buscad vuestro guiños y vuestros momentos juntos. Incluso entre guijarros pueden caber pequeñas chinitas que nos encontremos por el camino. Y cuanto más peso haya en el jarrón... una mayor felicidad a largo plazo.
  


“Muchas personas se pierden las pequeñas alegrías mientras aguardan la gran felicidad.
Pearl S. Buck (1892-1973), escritora estadounidense y Premio Nobel de Literatura en 1938

martes, 17 de noviembre de 2015

Bajar el telón

Adiós. Qué difícil es soltar y decir adiós. Sobre todo cuando aquello que soltamos ha sido algo que nos ha hecho feliz durante mucho tiempo, durante años. Pero es que cuando la cuerda aprieta... Sí hay que soltar. 

¿Cómo sabemos si aprieta? Si en lugar de sostenerme me duele. Hernán Sabio lo describe de esta forma: "A veces es mejor dejar ir lo que te hace daño que persistir en el dolor". Y ahí está la cuestión, en que a veces es mejor así. Al principio nos aferramos a ello porque tenía un gran valor y estábamos a punto de perderlo. Pero hay que entender que no podremos aguantar mucho tiempo agarrados a esa cuerda sin hacernos heridas. 

Hay veces que tenemos clarísimo que estamos en una relación que no es la adecuada, tenemos la seguridad y convicción de que no es algo que queremos o que hay una cierta incompatibilidad. Es simple (aunque esto no signifique que vaya a ser fácil), sentimos que sabemos lo que queremos hacer y encontramos la forma de hacerlo.

Pero otras veces, es mucho más complicado. Nos resistimos a bajar el telón. Estamos de pie en el escenario, esperando a que pase algo que merezca la pena actuar y que levante el ánimo y provoque vítores y aplausos. Sin embargo, el peligro de esperar es que se nos van pasando las ganas de actuar; incluso cuando llega un buen guion, llevamos tanto tiempo esperando ese gran acto que mejore la obra, que ya ni siquiera merece la pena el esfuerzo.

Y cuando dejamos de esforzarnos, nos sentimos atrapados entre bambalinas. ¿Cómo vamos a transmitir la emoción y el entusiasmo si ni quiera lo sentimos nosotros mismos?

Despidámonos del reparto como merece. Aplaudamos todas esas escenas que tanto nos emocionaron y que hicieron que esperara más. Quitémonos el sombrero ante una actuación brillante. Pero después... hay que apagar las luces y dar por finalizada la función.


“Pasan los años. No te imaginas cuánto te he querido. Estando a tu lado ha sido todo tan bonito. [...] Que se ha acabado la magia... Y hay que bajar el telón”.
Bajar el telón, Jaula de Grillos (2007)

martes, 13 de octubre de 2015

¿Celos? ¿Yo?

  "Pareja celosa, pareja valiosa". Existe el mito de que los celos son una buena señal, que indican que el amor es mejor, más profundo, más romántico. Pero no, los celos no son una característica obligatoria del amor. Es más, si hay algo que debería ser básico es la ausencia de los celos, que no aportan nada a la relación. 

  Los vestimos de amor verdadero y decimos que estamos protegiendo lo que es propio. Los disfrazamos con los "motivos que me da para sospechar". Subrayamos que surgen del temor a perder al otro, cuando en realidad el temor es a perdernos nosotros mismos. Hay un fuerte miedo a que nos traicionen y a sentir que no valoran todo lo que estamos entregando: siento que mi yo es inferior frente a lo que otras personas tienen para ofrecer a mi pareja.

  Lo que siempre acompaña a los celos en quien lo siente es una gran inseguridad en uno mismo. Porque sea de una forma más o menos directa, el pensamiento que hay debajo es "puede encontrar alguien mejor que yo, es fácil ser mejor que yo". El problema aparece cuando esos celos se van convirtiendo en una posesividad enfermiza que acaba limitando al otro: qué hace, qué dice, con quién habla, con quién se ve...

  Y es que no es nada fácil librarse de ellos. Una vez que aparece el monstruo verde de los celos, es muy difícil hacerlo desaparecer sin una búsqueda incesante de la verdad. La respuesta podría estar en lo que los diferencia de la envidia. Así como sentimos envidia de algo que no tenemos, los celos surgen de lo que sí tenemos y, efectivamente, tememos perder. Por eso se nos complica la tarea de olvidar algo cuando estamos expuestos a ello constantemente y entendemos a enjaular las cosas que nos los producen. Lo que pasamos por alto es que a quien realmente enjaulamos es a quien queremos.

  Pero recuerda: los celos no deben ser parte de una relación sana. Tanto si los sientes como si tu pareja te acusa de ello, es una gran piedra en vuestro camino que debéis intentar sacar de ahí. Si no desaparecen... Quizá no es la pareja adecuada. Porque para ninguno de los dos es fácil: ni sentir que alguien puede alejarme de quien quiero ni sentir que alguien que quiero corta mis alas y mi libertad.
 
“El que es celoso, nunca es celoso por lo que ve. Con lo que se imagina basta.”
                        Jacinto Benavente (1866-1954), dramaturgo, guionista y director de cine español 

lunes, 5 de octubre de 2015

Si el amor es ciego, démosle un bastón

  ¿Recuerdas la gallinita ciega? Ojos vendados, un par de vueltas sobre un mismo punto y desaparecía toda noción de tiempo y espacio. Yo recuerdo la sensación de estar perdida, de no saber si iba a ganar o chocar. Y el deseo de que a algún compañero de juego se le escapara la risa viéndome mover los brazos para asegurarme, al menos, de no estar alejándome. Recuerdo el miedo a quedarme sola, a no saber qué estaba pasando. Y dicen que el amor es ciego. ¿Significa eso que el amor no sabe qué está pasando? ¿De verdad el amor es ciego?

  No puede ser tan inconsciente. El amor no debería lanzarse al vacío sin saber si va a ganar o si se va a chocar. No puede ser que esté deseando que alguien de fuera haga ruido para depender de los sonidos. Es imposible que esté tan ciego como para no saber que se está alejando y se está quedando solo. 

  Porque por mucho que sea una bonita sensación, no podemos rendirnos al amor sin vivirlo con todos los sentidos. Si le vendamos los ojos y no le damos algo con lo que ayudarse, se perderá muchas cosas: no jugará con las miradas, no percibirá todos los colores y matices ni la belleza de la relación. Pero a la vez, ocurrirá algo mucho más peligroso. Porque tampoco verá los obstáculos, las piedras en el camino, los riesgos que corremos ni los peligros de quienes nos quieren mal. Por eso no podemos dejarnos llevar hasta que el golpe llegue.

  Dice la canción de los Beatles, vivir es fácil con los ojos cerrados / confundiendo todo lo que ves. En el amor no debemos estar confundidos, no debemos malinterpretar ni perdernos las señales. Lo que verdaderamente nos facilita el camino es saber dónde están esos obstáculos y prepararnos para saltarlos.

  Y si de verdad el amor es ciego, démosle un bastón. Un perro guía, un sentido del oído más desarrollado, habilidad para leer braille y un sistema de pantalla parlante. Démosle incluso un acompañante que le permita esquiar en las Olimpiadas. Porque quizá sí sea ciego y no mire con los ojos, pero la ceguera no significa vivir a la espera de que alguien nos salve de chocar. Hay formas de evitar el golpe.

“Pintar el amor ciego es una sinrazón de los poetas; es preciso quitarle la venda y devolverle para siempre la alegría de sus ojos.”
Blaise Pascal (1623-1662), escritor francés

jueves, 24 de septiembre de 2015

Te perdono

  El perdón es un tema pedregoso en cualquier relación. Porque a veces pensamos que pedirlo implica una pérdida de orgullo, darle la razón al otro, dejar de luchar por lo que queremos... Nos es difícil disculparnos. Ya hablamos de ello hace un tiempo, de cómo es importante disculparse con las personas más cercanas y que más queremos. Pero hoy hablamos de lo que pasa después: de perdonar.

  Por un lado tenemos a alguien a quien le está costando disculparse y por el otro a alguien que de pronto está en posición de decidir si seguimos bien o no. Pero no es eso lo que hay que decidir. El que recibe el perdón debe saber si de verdad está dispuesto a aceptar esa disculpa, si de verdad quiere perdonar... con todo lo que implica.

  Porque no vale aceptar el perdón si no hay aceptación. "Perdono pero no olvido" no nos vale en una relación de pareja, porque entonces estamos guardando esa ocasión como una cuenta pendiente, para cuando pueda usarlo como reproche. 

  Así que para empezar, tiene que haber un reconocimiento verbal. No hace falta que sea un gran discurso, pero la otra persona tiene que saber que hemos recogido su arrepentimiento o propósito de mejora y que lo entendemos. Incluso cuando sentimos que no es algo por lo que tenga que disculparse (porque no lo hemos considerado tal error), hay que valorar sus emociones y su intención: "Pues la verdad es que yo no le había dado tanta importancia, pero claro que te perdono" es suficiente para liberar al otro de algo que claramente pensaba o sentía.

  Y luego... luego están los grandes perdones. Seguro que con el ejemplo anterior nos hemos imaginado algo muy nimio (como para que yo no me hubiera dado cuenta, muy importante no ha debido de ser, ¿no?). Pero claro que hay grandes problemas que nos ponen entre la espada y la pared: ¿seguimos juntos después de esto? 

  Que haya perdón y reconocimiento es necesario. Pero es casi igual de necesario que por la otra parte haya un perdón y una aceptación... Porque si no, nos quedaremos enganchados inevitablemente en "aquella vez que tú..." y eso no nos va a ayudar nada en nuestro día a día. Hay que encontrar la forma de seguir caminando.

  Caminando juntos o separados... Pero no podemos esperar que el perdón cure mágicamente lo que haya pasado: requiere mucho esfuerzo volver a empezar tras un punto de inflexión.


“Perdona sinceramente [...]. He aquí la prueba más dura a que puede ser sometido el amor”.
Louis Bourdaloue (1632-1704), predicador francés

lunes, 14 de septiembre de 2015

Ante un tabú, silencios incómodos

  A veces, tenemos un secreto. Solos, sin que nadie lo sepa. Y no se trata de un secreto compartido, como veíamos en otra entrada. Sino de algo que solo yo quiero saber y que no pretendo que nadie más conozca.

  Hay distintos tipos de secretos. Por ejemplo, a veces lo guardamos porque el resultado va a ser positivo para mí o para otra persona (como cuando organizamos una fiesta sorpresa). Pero cuando a ese secreto lo rodea una sensación de vergüenza o de culpabilidad, existe la posibilidad de convertir ese secreto en un tabú, algo de lo que no se puede hablar o ni siquiera mentar.

  Los tabús están más presentes en el día a día de lo que podemos pensar. Una enfermedad que no se quiere compartir, el silencio ante el hecho de acudir a terapia de pareja por miedo al prejuicio o al rechazo, los secretos de una vida anterior a la pareja actual o no utilizar cierta palabra por miedo a que hablemos de algo que quiero esconder, son unos pocos ejemplos de las cosas que llegamos a ocultar a las personas más cercanas a nosotros. Y es que los secretos (cuando se trata de aspectos muy importantes en mi vida, de algo que ha definido de alguna manera mi forma de ser) pueden llegar a ser un enorme obstáculo en la pareja, por varias razones.

  Una de ellas es que supone una carga emocional tener este GRAN secreto entre las manos: no puede surgir la pregunta, no debe salir el tema, no puedo manifestar mi opinión por si se me nota... Y estar tan pendiente de todo esto se convierte en una fuente de malestar. Entonces, llegamos a la comunicación: es muy difícil que la comunicación (esa a la que tanta importancia deberíamos dar en pareja) sea fluida y genuina si alguno de los dos está prestando más atención a lo que no se permite decir que a lo que verdaderamente quiere decir. Y de una mala comunicación, llegamos a un pobre conocimiento del otro: si no hablamos de algo o tenemos que mentir con respecto a una parte esencial de nuestra vida o de nuestro pasado, es muy difícil que la persona que tenemos delante nos conozca; lo que conoce es la versión que le he mostrado. Y si no nos conocemos del todo, ¿por qué estar?

  Cuando la comunicación tiene una traba, solemos optar por el silencio. No hablar con mi pareja, no responder a una pregunta, callar en el momento en que surge esa pregunta o ese tema va afectando a nuestra relación. Se trata de secretos que entierran y silencian mi historia o la del otro: pesan como una losa sobre los hombros del que lo mantiene, que se siente superado por la situación; y confunden al otro, que siente que falta información y no puede actuar en consecuencia. Y acabamos estando tan incómodos como ese silencio que se ha producido en la conversación.

  La cuestión es que todos deberíamos tener secretos, pequeñas parcelas de intimidad en los que poder guardar mis cosas, mis historias, mi vida... Lo malo es que hagamos una barrera infranqueable alrededor de ese secreto, que construyamos un muro tan alto alrededor de esa parcela que mi pareja vea la fortaleza desde bien lejos pero no sepa ver qué hay al otro lado. El cemento que rodea esa información destruye nuestras relaciones y desorientan nuestra identidad, porque no entra el oxígeno en la parcela.

  El objetivo, por lo tanto, no es que nos lo contemos todo y que compartamos hasta el más mínimo detalle, pues esto hará que no haya una diferencia entre lo que yo soy y lo que el otro es y que nos diluyamos de por vida en un somos (del que resulta muy, muy difícil salir). No, no se trata de perder nuestra identidad. Se trata de tener la suficiente confianza tanto para poder hablar de algo con mediana naturalidad como para poder añadir "pero no me siento muy bien hablando de esto, porque supone cosas de las que me avergüenzo o en las que ya pienso yo lo suficiente". Es mejor que mi pareja sepa por qué a veces prefiero evitar un tema de conversación, a sentir que elige y ama a una versión mejorada de mí, la que llevo presentándole durante tanto tiempo. 

  Porque cuando entienda por qué callo y sepa qué esconden esos muros, me ayudará a guardar mi secreto, en lugar de intentar derribarlos para conocer.


“Hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio”.
Mario Benedetti (1920-2009), escritor uruguayo

jueves, 10 de septiembre de 2015

Un sinsentido

  "¿Y por qué no suena el teléfono? Qué idiota, que no llama. E idiota yo, que espero que lo haga. Y que ni siquiera me enfada que seamos dos idiotas. Sé que rompimos, pero ya deberíamos haber vuelto. ¿Y si ya hay otra persona? Quizá no quiere volver... Quizá tengo que empezar a acostumbrarme a esta soledad. Pero no quiero acostumbrarme a la soledad, quiero estar como antes, juntos. Voy a llamar. Bueno, a lo mejor llamar no es una buena idea, porque me volverá a decir que ya no me quiere y no sé si lo podré soportar, casi me muero cuando me lo dijo la primera vez. Y las veces siguientes que me lo ha dicho. A lo mejor puede ser con mensajes o WhatsApps. Aunque... no, no creo que sea más fácil leer esas palabras. ¿Vuelvo a llamar? No, mejor no. Ya sé que no me quiere. Pero es que yo sí, es que no voy a saber vivir sin esa persona. Yo sabía vivir antes, cuando estábamos juntos. Pero ahora no voy a saber. Y si no voy a saber, ¿para qué voy a hacerlo? Si no tiene sentido. Nada lo tiene. Mi vida no tiene sentido...".

  Algo así puede retumbar en la cabeza de muchas personas después de una ruptura. Las dudas, el miedo a lo que vendrá, la nostalgia, el enfado... Y, la más preocupante de todas, la desesperanza, la sensación de que la vida ha perdido su sentido y, por lo tanto, tiene sentido perder la vida.

  Hoy, 10 de septiembre, es el Día Mundial de la Prevención del Suicidio. Por eso, debemos recordar que no, que en realidad no tiene sentido perder la vida. Abre bien los ojos, busca apoyo, compañía y ayuda.

  Es imposible negar el dolor que se siente después de una ruptura, porque es normal que nos sintamos bien. Qué digo bien, ¡en las nubes! A veces en las relaciones amorosas volamos muy alto, con una ilusión y una emoción que nos desborda. Por eso, la caída es tan fuerte, pero debemos agarrarnos a algo, por pequeño que sea, que vaya menguando el efecto de la caída

“- Pensé que tenías miedo a las alturas. // - No tengo miedo a las alturas. Tengo miedo a caer.”
Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End, Paula Bonet (2014)

lunes, 7 de septiembre de 2015

¿Hay amistad después de la ruptura? Siete de septiembre

  Hay amores difíciles de borrar. "Hay llamas que ni con el mar".

  Hoy, día 7 de septiembre, desde que me levanto y veo en la pantalla del móvil qué día es, tengo la canción titulada de esa manera sonando en mi cabeza. Recuerdo incluso que de pequeña, soñaba con casarme ese día para tener una canción que me recordara la fecha hasta la saciedad... Hasta que entendí que no se trata de un aniversario normal.

  Para aquéllos que no reconozcáis el título, se trata de la canción que Nacho Cano compuso pensando en una exnovia suya, con quien quedaba todos los años el día de su aniversario. Porque siguieron en contacto, a pesar de que su vida tomara caminos independientes. Y entonces, me planteo: ¿se puede ser amigos después de una ruptura?

  Cuando escucho esta canción, dudo. Por un lado, pienso que los buenos recuerdos pueden conservarse y esa persona a la que tienes tanto cariño (pero que dejó de ser la elegida) puede convertirse en alguien muy cercano e importante. Pero luego me paro a escuchar los versos en los que siguen buscando "con los ojos por si queda algo". Y, ya desde la propia opinión y experiencia, creo firmemente que necesitamos curarnos de la ruptura, y que para eso hace falta espacio, alejarnos física y emocionalmente de esa persona.

  Hace unos años, era algo más fácil. Con dejar de llamar a su casa y tirar las tres fotos de carrete que teníamos en el corcho, parecía suficiente. Ahora, tenemos a esa persona en las redes sociales, en las aplicaciones de mensajería instantánea, en fotos del móvil, de la tablet, del ordenador... E ir ignorando o eliminando cada uno de los recordatorios puede convertirse en una tarea difícil y dolorosa. Pero una tarea que, al fin y al cabo, hay que pasar.

  Para poder hacer cierre, hay que cerrar la puerta, al menos durante un tiempo. Porque no se trata solo de dejar de besarse y de denominarnos "pareja". Hay que reajustar todo lo que hemos sido y todo lo que hemos hecho, porque ya no se trata de lo mismo. Como decíamos ayer, las circunstancias han cambiado y ya no podemos pretender que haciendo lo mismo las cosas cambien de forma automática.

  En realidad... Ojalá fuera fácil cambiar el tipo de relación con una persona. Que fuera dar a un botón o marcar la casilla de 'soltero/a'. Sería más fácil desde luego para los matrimonios con hijos, que lo convierten todo en pelea; o para los grupos de amigos en los que de pronto una pareja se disuelve. Pero se trata de un proceso que lleva su tiempo, un proceso en el que hay mucho dolor y, por lo tanto, nos tenemos que escuchar y mimar a nosotros mismos, teniendo en mente el motivo de la ruptura y sabiendo que el dolor pasará. Y el enfado; que no se nos olvide que también puede que nos enfademos cuando dejamos una relación.

  Y cuando haya pasado esa temporada, quizá entonces podamos volver a ver a esa persona y construir algo desde otra base, mirando con otros ojos y sintiendo de otra manera. Puede que incluso, el tiempo nos haya hecho darnos cuenta de lo que queremos.

  Pero lo difícil es vernos cada día y seguir dudando cómo saludarnos:

“Y no sabemos si besarnos en la cara o en los labios.”
El 7 de septiembre, Mecano (1991)

domingo, 6 de septiembre de 2015

Las nuevas circunstancias

  Cuando tenemos una relación, llega ese momento en que sabemos todo sobre la otra persona: cómo va a reaccionar ante una noticia, qué va a hacer cada día de la semana, si algo le va a molestar o por el contrario alegrar... Vamos haciendo un "mapa" de lo que la otra persona nos ha ido mostrando y hemos ido conociendo.

  Con la relación en sí, pasa algo parecido: entramos en una rutina que nos facilita que sabemos qué va a pasar. Es algo así como si tuviéramos siempre los mismos ingredientes y la misma receta, de manera que sabemos qué plato nos va a salir. A veces nos saldrá mejor y otras peor, pero desde luego no suele haber sorpresas en el menú. 

  Sin embargo, cuando algo se cruza en nuestro camino y algo cambia, vienen los problemas. No nos suele gustar la incertidumbre, no saber qué va a pasar ni de qué manera. Porque incluso las cosas que no nos gustan tanto de nuestro día a día se convierten en cierto modo en nuestra zona de seguridad, precisamente porque conocemos lo que va a pasar y qué va a ocurrir, tenemos en cierto sentido la seguridad de que vamos a poder enfrentarnos a ello.

  Pero... el espacio seguro no dura para siempre [y pienso, ¡menos mal! Resultaría aburrida tanta monotonía y seguridad]. Con cualquier cambio o nueva circunstancia en mi pareja, de pronto me veo fuera de este área y en la zona de inseguridad, ya no sé cómo van a ir las cosas ni si voy a poder enfrentarme a esto que desconozco. Ya puede ser algo bueno, que aún así me costará encajarlo en mi día a día y hacerle un hueco en mis esquemas. Y si es malo, por descontado: ¿cómo acepto esta nueva situación?

 
En realidad, ya no sabemos cuál es el menú: me han quitado unos ingredientes, me han dado otros y de pronto mi vida es un nuevo episodio de Masterchef, incluyendo la presión del tiempo, los focos hacia mí y un juicio posterior de lo que vayamos a cocinar. Si es que decidimos que se puede hacer algo con los nuevos ingredientes.

  Así que, cuando creas que tu relación ha llegado a un punto de inflexión, piensa que aunque quizá ahora mismo no están los ingredientes y los utensilios que ya conocías, podemos usar el cambio para apostar por una nueva receta... O empezar a pensar si realmente ésta va a ser una receta que vayas a poder disfrutar hacer. 

  Eso sí: sin rendirse. Primero hay que intentar sacarle jugo a lo que tenemos encima de la mesa y luego ya apostar.


“Lo que en un momento de la vida se presenta como un revés, es quizás una puerta abierta a un cambio necesario. Un aparente golpe de suerte se convierte en una pesadilla de compleja gestión y superación.”
Álex Rovira (1969), escritor y conferenciante español

martes, 1 de septiembre de 2015

¿Por qué septiembre nos quita la ilusión?

  ¿Qué pasa en septiembre que nos cuesta tanto coger el ritmo? ¿Qué pasa en septiembre que el número de divorcios y separaciones se dispara? ¿Qué tiene septiembre para ser tan cuesta arriba? Será que antes ha habido una desconexión segura. Y, como con todo, volver a conectar requiere un extra de energía para el que no siempre estamos preparados.

  Conectar. "Unir, enlazar, establecer relación, poner en comunicación". ¿Es esto lo que nos cuesta tanto al volver de vacaciones? La hipótesis es que durante el curso no tenemos tanto tiempo para estar en pareja y en vacaciones no nos queda más remedio y vemos cosas del otro que no nos gustan. Que precisamente lo que nos ha costado ha sido eso, estar en conexión, juntos durante algunas semanas (si añadimos familias políticas, la mezcla se complica).

  Pero también a veces pasa lo contrario, que lo difícil es volver a separar nuestras rutinas. Porque en vacaciones se disfruta juntos del café y se pasea al mismo ritmo. Se hacen planes en común y se fotografían los mismos momentos. Se organiza el día cada mañana y se comenta por la noche que hemos reído y bailado más. Los besos se regalan y no se tienen que pedir, los abrazos se multiplican en los aeropuertos y estaciones y las miradas se cruzan más relajadas. Quizá lo complicado está en sustituir todo esto por las prisas y los problemas del día a día.

  Pero no se nos puede olvidar que eso que disfrutábamos en verano también puede aparecer entre semana y que recordarlo también nos puede dar una inyección de energía para volver a conectar el sistema. Y, desde luego, los fines de semana y los días libres pueden seguir teniendo ese aire de vacaciones que nos ayude a conectar la pareja.

  Pobre septiembre. Es el lunes de los meses del año. Pero os dejo hoy otra perspectiva: es un mes de comienzos, de ilusión, de nuevos proyectos, de nuevas ideas y de pilas cargadas para lo que se acerca. Así que disfrutemos de todo ello en compañía de la persona que elegimos tener a nuestro lado.


“Los miedos que se vayan a pasear. Y que septiembre no nos quite la ilusión jamás.”
Caminar, Dani Martín (1977)

lunes, 20 de julio de 2015

Guardando juntos un secreto

  Un secreto es secreto siempre y cuando sea información reservada u oculta. Podemos guardar un secreto solos o con alguien, pero lo importante es... ¿para qué guardamos un secreto?

  La doctora y especialista en familia Imber-Black recogió una clasificación de los secretos según su propósito, su duración y su resultado. Entre ellos, hablaba de los secretos placenteros (como los regalos o las sorpresas) y los secretos esenciales. Éstos, son más duraderos que un plan que pretende sorprender, nos ayudan a desarrollarnos y promueven los límites que debe tener una relación.

  Estos secretos esenciales, en parte consisten en tener un vocabulario privado dentro de la familia, como veíamos en un post anterior. Pero además, compartir secretos con el cónyuge aumenta el sentimiento de intimidad.

 
A lo largo de los posts, lo que más subrayamos es ese espacio que se crea en una pareja, como si se creara un tercero, que es del que hablamos. Guardar juntos un secreto se convierte en un objetivo o una meta en común, en algo compartido a tener en cuenta a la hora de hacer otras cosas o de relacionarse con otros. Los secretos que compartimos nos acercan, nos hacen sentir que nadie más conoce a la otra persona como uno mismo y eso es esencial para el bienestar en la pareja, ya que se hace en pos del sano desarrollo de la relación que intentamos hacer crecer y evolucionar.

  Por eso es bueno tener secretos con nuestra pareja, porque se trata de una persona y una relación especial que requiere que haya cosas especiales. Es en estas pequeñas cosas en las que le demostramos a nuestra pareja que es diferente a otros y que hay cosas que comparto con él o ella.

  Os propongo hoy que penséis en los secretos que guardáis juntos: quizá tenga algo que ver con las familias políticas (sé que no te llevas muy bien con alguno, pero juntos intentamos que no se convierta en un serio conflicto); puede que vuestro secreto tenga más que ver con una afición en común o con algo que hagáis juntos sin que nadie lo sepa; hay muchos secretos alrededor de la sexualidad: los gustos, lo que hemos llegado a hacer, lo que compartimos...; y recuerdos o experiencias que solo he compartido con mi pareja porque necesito que no se sepa a la vez que necesito consejo, apoyo o comprensión de alguien.

  Pero no se nos puede olvidar, que también tendremos secretos esenciales propios, que serán los que nos hagan crecer personalmente y que nos empoderan: yo decido qué y con quién compartir, de manera que, mientras no se trate de un secreto nocivo (por el cual estemos en peligro yo u otra persona), tengo un reservado también para mí, para evolucionar y crecer yo mismo.

  Aprovechad ese espacio privado para crecer juntos e individualmente.


“Un secreto compartido es una complicidad enlazante.”
Anónimo

lunes, 29 de junio de 2015

Un lenguaje propio en el rincón


  Hay muchas formas de decir te quiero. En entradas anteriores hemos escrito sobre algunas, como la importancia de agradecer o los pequeños gestos cariñosos, como los besos. Pero incluso éstas son formas generales, a las que todos podemos recurrir. Y luego están los nombres de pastel, como los llamaban en cierta canción de Mecano.

  Dentro de nuestra relación, desde el principio vamos creando un código con el hablarnos y con el que decirnos algo de forma especial. A veces es una canción, otras una poesía; en algunas parejas lo decide uno de los miembros y en otras surge de un interés o hobbie en común; en ocasiones se decide o puede surgir de la repetición. Pero cada uno tenemos nuestra forma de expresar aquello tan especial que estamos sintiendo por el otro.

  Por ejemplo, hace un rato ha llegado a ser trending topic en España #FormasFrikisDeDecirTeQuiero: en su mayoría, tuits de personas con una gran imaginación que han aprovechado para hacer referencias a sus libros y series favoritas. Pero detrás del tuit que es retuiteado y de la participación en un hashtag tan popular hay una verdad: encontrar o tener una persona especial a la que poder decirle algo especial.

  Y, aunque nos parezca algo cursi y romántico de más, en realidad estos guiños secretos son muy necesarios para el comienzo de una pareja. Porque un secreto compartido deja de ser un secreto para convertirse en una complicidad, y eso es lo que buscamos cuando creamos un "lenguaje" propio en nuestra pareja: tener una forma de decir todo lo que siento de tal forma que solo el otro entienda por completo todo lo que quiero expresar, haciéndonos cómplices en algo más.

  Si nos paramos a pensarlo, lo que buscan los poetas y los músicos es precisamente eso: crear una alternativa para contar lo que otros ya han contado y cantado.

  Pero este código no solo incluye el te quiero, sino que es un idioma con el que le puedo decir a mi pareja muchas cosas. Por ejemplo, la necesidad de tener un día un rato para vosotros solos, las ganas de mantener relaciones sexuales, una forma de describir a una tercera persona, una palabra con la que poner nombre a costumbres que compartimos, el objetivo de las vacaciones... Puede llegar el punto en que si alguien se asomara a nuestro chat de WhatsApp, entre frases, emoticonos y notas de voz, podría no entender realmente de qué estamos hablando.

  Hoy os invito a inventar o reinventar vuestro propio código. Intentad echar la vista atrás a esos primeros momentos y a los guiños que os profesabais al principio de vuestra relación, despertad esas sensaciones. Plantearos si hoy en día alguno de esos secretos sigue vigente y si han ido surgiendo algunos nuevos con el paso de los años.

  Porque el rinconcito que reservamos a la pareja puede parecer muy pequeño, pero en realidad caben muchos guiños, secretos y mariposas. ¡Vamos a llenarlo!


  
“Odame: Dice que te quiere.  /  Molly: Él nunca diría eso.  /  Sam: ¡Ídem! ¡Dile ídem!
Ghost (1990), película estadounidense
 
 
 

lunes, 15 de junio de 2015

Padres primeros, pareja primeriza

 Para muchas parejas, llega el punto en el que parece que una cosa puede hacer más perfecta su vida juntos: la llegada de los hijos. Y es que parece que es el punto culmen del amor hacia el otro, compartir con esa persona la llegada de alguien más especial todavía.

  Sin embargo, con la llegada del primer hijo, no solo somos padres primerizos: somos pareja primeriza. Porque de pronto, ya no hay un único protagonista en la vida y la familia que estoy construyendo. Es un momento en que todo lo conocido se vuelve desconocido, aparecen nuevas situaciones que tenemos que aprender a controlar, descubrimos virtudes y defectos en el otro y su forma de interactuar con el bebé, tenemos menos y compartimos con uno más. El cambio está asegurado. Pero la pareja tiene que encontrar la manera de sobrevivir. 
  Por supuesto que al principio nos debemos centrar en el pequeño bebé que revoluciona (y mejora) nuestro hogar y nuestras vidas, pero poco a poco tenemos que ir recuperando la normalidad en la pareja. Es como si de repente, con la venida del peque,  volcáramos todo nuestro amor, nuestro tiempo y nuestro cariño en él; con el paso del tiempo, debemos ir entendiendo que no es incompatible el amor hacia uno y otro, sino que se puede querer mucho a muchos. Y eso es algo que tenemos que aprender a base de compartir.

  El primer paso será acercar posturas en lo que a la crianza se refiere (hablamos hoy de ello también en http://blog.gadepsi.com/2015/06/aprender-a-ser-padres-siendo-equipo/), pero hay otras cosas en las que acercarnos. Una de ellas, el tiempo dedicado a la pareja. Nuestra relación sigue siendo algo que hay que cuidar, que hay que trabajarse cada día: mediante guiños, pequeños ratitos de conversación que no giren solo en torno al bebé, compartiendo tiempo libre (llegará el momento en que pudiendo dejar al pequeñín o a la pequeñina con alguien más, en quien confiemos y nos dé cierta libertad), teniendo momentos de intimidad y de privacidad, manteniendo “nuestros momentos” (celebraciones o ese día al mes que tenemos una cita en nuestro restaurante favorito, por ejemplo) y, llegado el momento, recuperando la pasión.

  El sexo tras la llegada de los hijos es un gran temor en las parejas primerizas. Para empezar, tenemos la recuperación física de la mujer después del parto o de la cesárea (la temida cuarentena), en que no va a ser algo que se pueda o apetezca hacer. Y luego le sumamos buscar el momento, que podamos despertar al bebé, que el bebé nos pueda interrumpir a nosotros… Puede resultar muy frustrante al principio encontrarnos con estos nuevos obstáculos, pero tendremos que buscar la solución y dar rienda suelta a la imaginación (que en el sexo nunca sobra).

  Así que, tranquilidad y paciencia. Solo necesitamos tiempo para pasar del te quiero exclusivo a nuestra pareja a un “os quiero”, conservando siempre pequeñas parcelas para cada uno. Porque cuanto mejor se encuentre la pareja, mejor base seremos para el hogar y la familia.

  
“Solo dos legados duraderos podemos dejarles a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas.”
Hodding Carter (1907-1972), periodista americano

martes, 2 de junio de 2015

¿Es la china en mi zapato o una piedra en mi camino?

  No me gusta nada que ponga los pies encima de la mesa. Tengo que decírselo, tiene que saberlo. Así dejaría de hacerlo. Sí, se lo voy a decir: "Es que no soporto que pongas los pies encima de la mesa". Pero, ¿cuánto no me gusta? Quiero decir, ¿es algo con lo que puedo vivir o es incompatible conmigo y con mi forma de entender la vida?

  Sigamos con ese ejemplo. Imagínate que para ti es una molestia tremenda que ponga los pies encima de la mesa al llegar a casa. Pero es que resulta que para tu pareja es una necesidad imperiosa, casi obligatorio y parte de su forma de ser. ¿Qué hacer?

  Sé que se trata de un ejemplo muy poco profundo, pero seguro que algunos de vosotros habéis pensado "que siga poniendo los pies donde quiera", mientras que otros no podéis evitar verlo desde el "tiene que hacerlo por su pareja, ha de dejar de subirlos". Y es que todo depende de hasta dónde estoy dispuesto a dar por el otro y cuánto estoy dispuesto a dejar pasar.

  Tengo que pensar de qué se trata esta cualidad del otro. ¿Es una china en mi zapato, que me molesta solo a veces y que, según la postura puedo empezar a notar menos? ¿O, por el contrario, se trata de una piedra en mi camino, que me hace tropezar y que vuelve a aparecer para obligarme a saltarla por encima o a bloquearme el paso por completo?

  Esto se traduce en la literatura científica en las cosas solubles o irresolubles, es decir, aquello que podemos resolver y superar y aquello que no. Todo conflicto causa cierto clima de tensión en el que nos veremos inmersos, eso está claro, pero lo que tenemos que buscar en pareja es la forma de resolverlo. Porque al menos uno de los dos va a tener que hacer un esfuerzo (el que deja de subir los pies o el que acepta que los pies se pueden subir en la mesa a partir de ahora), pero ese esfuerzo será mejor hecho cuando el otro lo sepa y sepa apreciarlo.

  Yo muchas veces digo que el amor no siempre es suficiente. En ocasiones sí, porque no tengo problema en dejar mis deseos a un lado para vivir una vida con otro, pero otras veces no vale: por ejemplo, si no he tenido hijos porque mi pareja nunca ha planeado tenerlos, es posible que siempre tenga esa idea en mi cabeza y que, a la larga, se convierta en una gran piedra. Puede que no le haya dejado seguir su sueño de ser famoso porque yo no podría soportar los celos, pero a la larga él se planteará si habría conseguido su meta y me culpará a mí de no conseguirlo.

  Así que, antes de que surjan los reproches y las culpas, tengo que saber si se trata de una piedra con la que yo puedo vivir... O si vamos a tener que separarnos y seguir caminos distintos (pero más llanos y paseables).

 
“No tenía miedo a las dificultades: lo que la asustaba era la obligación de tener que escoger un camino. Escoger un camino significaba abandonar otros.”
Paulo Coelho (1947), escritor brasileño

lunes, 25 de mayo de 2015

¿Y mis mariposas en el estómago?

 Un beso. Un cruce de miradas. Un roce cariñoso al pasar cerca. Un guiño rápido por la ventanilla del coche. Una caricia furtiva. Una frase que nos decíamos mucho cuando éramos novios...
  Cuando se trata de demostrar cariño, todo vale.

  En las parejas, se sigue un ciclo o una evolución (como en casi todo), que a veces nos hace dejar etapas mejores y pasar unas que nos parecen peores. Una de las fases que dejamos atrás bastante pronto es esa etapa inicial del enamoramiento, en la que las cosquillas en el estómago no nos dejan casi ni pensar en otra cosa.

  Cuando las mariposas vuelan, dejan tras ellas una enorme duda: ¿me he desenamorado? ¿Es éste el final de mi relación? Y hay una respuesta a esta pregunta: depende de lo que busques, de lo que quieras. De lo que sientas.

  Las personas que buscan permanentemente esta sensación se ven envueltas en un hábito de rupturas cada dos años, en cuanto el enamoramiento llega a su fin. La cuestión es si de verdad esas relaciones habían llegado a su fin o simplemente llegó el miedo a no sentir algo tan bonito todo el tiempo. Pero hoy escribo para recordaros que superar esa etapa también merece la pena.

  Porque cuando las mariposas se van, se quedan las huellas del polen que llevaban en las patas: el origen de la relación, el proceso de conocerse y los recuerdos impregnados con revoloteo.
  Cuando las mariposas se van, llegan el compromiso y los planes a largo plazo, las cosas que podemos compartir y disfrutar ya no solo con corazón sino también con cabeza.
  Cuando las mariposas se van, dejan mucho espacio libre para sentir otras cosas y para albergar otras sensaciones.

  Y lo mejor de todo es que aunque se hayan ido, se saben el camino de vuelta. Aunque ya no vivan miles de mariposas constantemente en nuestro estómago, podrá volver el revoloteo de una sola de vez en cuando para recordarnos de qué nos estamos enamorando cada día.

  Ten cuidado de no perderte otras pequeñas cosas pensando solo en un gran gesto hecho por un grupo de mariposas: una sola sigue teniendo la capacidad de hacernos cosquillas en la sonrisa y querer todos los días.

“Para mi próximo truco necesito que me beses y haré aparecer mágicamente mariposas en tu estómago.”
Pablo Neruda (194-1973), poeta chileno

lunes, 18 de mayo de 2015

Y vivieron felices y comieron perdices

  Este fin de semana he tenido el placer de ir a una boda. La historia de la pareja puede parecer poco acorde con los tiempos que corren, puede que incluso algo antigua. Se trata de dos amigos que con quince años y todavía en el colegio se eligieron mutuamente y que hace un par de días hicieron la elección definitiva, decidiendo casarse y compartir el resto de sus vidas.

  Pero no vengo a hablaros de eso. Pretendo hablaros de las reacciones que ha levantado esta historia entre otros de mis conocidos y de los comentarios que me han hecho al contar esta historia. Os recojo algunas de ellas:
  • "Pues a ver cuánto les dura..."
  • "Ya se cansarán de estar toda la vida juntos"
  • "¿Y después de tanto tiempo tenían ganas de más?"
  • "¿Por qué se han casado? ¡Con arrimarse vale!"
  • "No llegan al primer aniversario de boda..."
  Y con todas estas consideraciones, inevitablemente me paré a pensar en las apuestas que se hacen hoy en día con respecto a las parejas. Hace años, no había más que decir ni más que pensar, porque cuando uno se casaba lo hacía "hasta que la muerte les separara", pero ahora se nos ha entregado la capacidad para decidir cuándo llega el final de una relación; y con ello, un catalejo con el que buscarlo.

  Es como si la separación fuera parte de la vida en pareja y como si separarse fuera un paso más en el ciclo vital de la familia. Espero que no se malinterpreten mis palabras: afortunadamente existe el divorcio, y ya no tenemos que estar atados a quienes no queremos y a una vida que no nos satisface como pensábamos. Pero no es obligatorio separarse ni hay una fecha fija para ello. 

  Cada relación es una historia distinta, cada pareja lleva sus ritmos y cada matrimonio tiene sus tiempos. Y sin embargo, parece que desde fuera nos enganchamos en apostar que algo va a ir mal y que lo que vemos se va a acabar.

  Como espectadores, debemos vivir con esa pareja lo que nos dejen vivir: compartir aquello de lo que nos hacen partícipes desde la emoción en la que nos están invitando, siempre dejando de lado nuestras propias impresiones y opiniones, ya que quizá esa pareja está haciendo grandes esfuerzos por seguir juntos porque lo que obtienen es mejor y más importante que lo que pierden.

  Incluso aunque no me guste cómo han cocinado las perdices.



“Produce una enorme alegría ver que se puede avanzar si uno se lo propone de verdad.”
Enrique Rojas (1949), médico español