Mi familia es mi familia y su familia es su familia. Pero ¿su madre, mi suegra? ¿En qué momento empezamos a considerar a la familia de mi pareja como propia? (Quizá penséis que el ejemplo de la suegra no es el más acertado... pero en realidad es el mejor, intentemos desmarcarnos de los estereotipos).
Lo común es pensar que a lo mejor "la otra familia" empieza a ser nuestra en el momento en que nos casamos o en que tenemos un hijo, como si ese compromiso a largo plazo fuera lo que hace falta para unirnos. Pero también hay parejas que no llegan a casarse o que no tienen hijos en común. ¿Qué pasa entonces? ¿Dónde ponemos el comienzo?
Posiblemente empecemos a considerar más cercanos a cada uno de los miembros en función de varias cosas: nos será más fácil hablar con los que tengan una edad similar, cogeremos más cariño a aquellos que al principio nos dieran una mejor bienvenida, sentiremos más "nuestros" a quienes hayan llegado después de nosotros (por nuevas parejas o nacimientos), charlaremos más con las personas con la que tengamos más intereses en común...
Y justo ahí está la cuestión, no podemos olvidar que siempre tendremos, como mínimo, una cosa en común con la familia de mi pareja: mi pareja.
Es frecuente entrar en una escalada para luchar por el cariño y el tiempo que nos dedica esa persona, cuando en realidad eso nos separa de su familia y, en consecuencia e indirectamente, acaba alejando a mi persona de mí o de ellos: de alguien a quien quiere.
Nombraba antes a la suegra, con quien siempre parece haber una gran rivalidad. Tenemos que aceptar compartir a mi pareja, saber en qué parcelas o territorios la familia política tiene ventaja y en qué momentos la tengo yo. Porque cuanto mayor sea el conflicto, más posibilidades hay de que mi pareja tenga que tomar una decisión y decantarse por uno de los equipos.
Debemos pensar que en el momento en que estamos en una pareja y entramos en su familia, es como si fuéramos ramas de un mismo árbol. Y si las ramas de un equipo pesan más que el otro porque mi pareja se ha ido a un extremo, lo más probable es que el árbol se venza y no consiga mantener el equilibrio.
Por eso, tenemos que comunicarnos con nuestra pareja antes de entrar en un conflicto familiar, negociar cuáles son las cosas que limitaremos a uno y otros y cuáles podremos compartir y de qué manera. Un truco para hacerlo más fácil es que primero lo hablemos en pareja pero luego sea cada uno el que lo comente a su familia; porque no suena igual "Mamá, no nos gusta mucho cuando haces esto" que "suegra, no soporto que hagas esto".
Recuerda que, al igual que pasa con nuestra propia familia, a la familia política no la elegimos, pero es la maleta con la que entra en nuestra vida la persona a la que sí hemos elegido. Y, por eso, aunque sea de forma indirecta y distinta, también son nuestra familia y tenemos que convivir y compartir con ellos, aunque eso no significa que automáticamente los vayamos a querer: ese afecto lo tendremos que ir construyendo con respeto, calidez y un buen trato.
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