lunes, 29 de junio de 2015

Un lenguaje propio en el rincón


  Hay muchas formas de decir te quiero. En entradas anteriores hemos escrito sobre algunas, como la importancia de agradecer o los pequeños gestos cariñosos, como los besos. Pero incluso éstas son formas generales, a las que todos podemos recurrir. Y luego están los nombres de pastel, como los llamaban en cierta canción de Mecano.

  Dentro de nuestra relación, desde el principio vamos creando un código con el hablarnos y con el que decirnos algo de forma especial. A veces es una canción, otras una poesía; en algunas parejas lo decide uno de los miembros y en otras surge de un interés o hobbie en común; en ocasiones se decide o puede surgir de la repetición. Pero cada uno tenemos nuestra forma de expresar aquello tan especial que estamos sintiendo por el otro.

  Por ejemplo, hace un rato ha llegado a ser trending topic en España #FormasFrikisDeDecirTeQuiero: en su mayoría, tuits de personas con una gran imaginación que han aprovechado para hacer referencias a sus libros y series favoritas. Pero detrás del tuit que es retuiteado y de la participación en un hashtag tan popular hay una verdad: encontrar o tener una persona especial a la que poder decirle algo especial.

  Y, aunque nos parezca algo cursi y romántico de más, en realidad estos guiños secretos son muy necesarios para el comienzo de una pareja. Porque un secreto compartido deja de ser un secreto para convertirse en una complicidad, y eso es lo que buscamos cuando creamos un "lenguaje" propio en nuestra pareja: tener una forma de decir todo lo que siento de tal forma que solo el otro entienda por completo todo lo que quiero expresar, haciéndonos cómplices en algo más.

  Si nos paramos a pensarlo, lo que buscan los poetas y los músicos es precisamente eso: crear una alternativa para contar lo que otros ya han contado y cantado.

  Pero este código no solo incluye el te quiero, sino que es un idioma con el que le puedo decir a mi pareja muchas cosas. Por ejemplo, la necesidad de tener un día un rato para vosotros solos, las ganas de mantener relaciones sexuales, una forma de describir a una tercera persona, una palabra con la que poner nombre a costumbres que compartimos, el objetivo de las vacaciones... Puede llegar el punto en que si alguien se asomara a nuestro chat de WhatsApp, entre frases, emoticonos y notas de voz, podría no entender realmente de qué estamos hablando.

  Hoy os invito a inventar o reinventar vuestro propio código. Intentad echar la vista atrás a esos primeros momentos y a los guiños que os profesabais al principio de vuestra relación, despertad esas sensaciones. Plantearos si hoy en día alguno de esos secretos sigue vigente y si han ido surgiendo algunos nuevos con el paso de los años.

  Porque el rinconcito que reservamos a la pareja puede parecer muy pequeño, pero en realidad caben muchos guiños, secretos y mariposas. ¡Vamos a llenarlo!


  
“Odame: Dice que te quiere.  /  Molly: Él nunca diría eso.  /  Sam: ¡Ídem! ¡Dile ídem!
Ghost (1990), película estadounidense
 
 
 

lunes, 15 de junio de 2015

Padres primeros, pareja primeriza

 Para muchas parejas, llega el punto en el que parece que una cosa puede hacer más perfecta su vida juntos: la llegada de los hijos. Y es que parece que es el punto culmen del amor hacia el otro, compartir con esa persona la llegada de alguien más especial todavía.

  Sin embargo, con la llegada del primer hijo, no solo somos padres primerizos: somos pareja primeriza. Porque de pronto, ya no hay un único protagonista en la vida y la familia que estoy construyendo. Es un momento en que todo lo conocido se vuelve desconocido, aparecen nuevas situaciones que tenemos que aprender a controlar, descubrimos virtudes y defectos en el otro y su forma de interactuar con el bebé, tenemos menos y compartimos con uno más. El cambio está asegurado. Pero la pareja tiene que encontrar la manera de sobrevivir. 
  Por supuesto que al principio nos debemos centrar en el pequeño bebé que revoluciona (y mejora) nuestro hogar y nuestras vidas, pero poco a poco tenemos que ir recuperando la normalidad en la pareja. Es como si de repente, con la venida del peque,  volcáramos todo nuestro amor, nuestro tiempo y nuestro cariño en él; con el paso del tiempo, debemos ir entendiendo que no es incompatible el amor hacia uno y otro, sino que se puede querer mucho a muchos. Y eso es algo que tenemos que aprender a base de compartir.

  El primer paso será acercar posturas en lo que a la crianza se refiere (hablamos hoy de ello también en http://blog.gadepsi.com/2015/06/aprender-a-ser-padres-siendo-equipo/), pero hay otras cosas en las que acercarnos. Una de ellas, el tiempo dedicado a la pareja. Nuestra relación sigue siendo algo que hay que cuidar, que hay que trabajarse cada día: mediante guiños, pequeños ratitos de conversación que no giren solo en torno al bebé, compartiendo tiempo libre (llegará el momento en que pudiendo dejar al pequeñín o a la pequeñina con alguien más, en quien confiemos y nos dé cierta libertad), teniendo momentos de intimidad y de privacidad, manteniendo “nuestros momentos” (celebraciones o ese día al mes que tenemos una cita en nuestro restaurante favorito, por ejemplo) y, llegado el momento, recuperando la pasión.

  El sexo tras la llegada de los hijos es un gran temor en las parejas primerizas. Para empezar, tenemos la recuperación física de la mujer después del parto o de la cesárea (la temida cuarentena), en que no va a ser algo que se pueda o apetezca hacer. Y luego le sumamos buscar el momento, que podamos despertar al bebé, que el bebé nos pueda interrumpir a nosotros… Puede resultar muy frustrante al principio encontrarnos con estos nuevos obstáculos, pero tendremos que buscar la solución y dar rienda suelta a la imaginación (que en el sexo nunca sobra).

  Así que, tranquilidad y paciencia. Solo necesitamos tiempo para pasar del te quiero exclusivo a nuestra pareja a un “os quiero”, conservando siempre pequeñas parcelas para cada uno. Porque cuanto mejor se encuentre la pareja, mejor base seremos para el hogar y la familia.

  
“Solo dos legados duraderos podemos dejarles a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas.”
Hodding Carter (1907-1972), periodista americano

martes, 2 de junio de 2015

¿Es la china en mi zapato o una piedra en mi camino?

  No me gusta nada que ponga los pies encima de la mesa. Tengo que decírselo, tiene que saberlo. Así dejaría de hacerlo. Sí, se lo voy a decir: "Es que no soporto que pongas los pies encima de la mesa". Pero, ¿cuánto no me gusta? Quiero decir, ¿es algo con lo que puedo vivir o es incompatible conmigo y con mi forma de entender la vida?

  Sigamos con ese ejemplo. Imagínate que para ti es una molestia tremenda que ponga los pies encima de la mesa al llegar a casa. Pero es que resulta que para tu pareja es una necesidad imperiosa, casi obligatorio y parte de su forma de ser. ¿Qué hacer?

  Sé que se trata de un ejemplo muy poco profundo, pero seguro que algunos de vosotros habéis pensado "que siga poniendo los pies donde quiera", mientras que otros no podéis evitar verlo desde el "tiene que hacerlo por su pareja, ha de dejar de subirlos". Y es que todo depende de hasta dónde estoy dispuesto a dar por el otro y cuánto estoy dispuesto a dejar pasar.

  Tengo que pensar de qué se trata esta cualidad del otro. ¿Es una china en mi zapato, que me molesta solo a veces y que, según la postura puedo empezar a notar menos? ¿O, por el contrario, se trata de una piedra en mi camino, que me hace tropezar y que vuelve a aparecer para obligarme a saltarla por encima o a bloquearme el paso por completo?

  Esto se traduce en la literatura científica en las cosas solubles o irresolubles, es decir, aquello que podemos resolver y superar y aquello que no. Todo conflicto causa cierto clima de tensión en el que nos veremos inmersos, eso está claro, pero lo que tenemos que buscar en pareja es la forma de resolverlo. Porque al menos uno de los dos va a tener que hacer un esfuerzo (el que deja de subir los pies o el que acepta que los pies se pueden subir en la mesa a partir de ahora), pero ese esfuerzo será mejor hecho cuando el otro lo sepa y sepa apreciarlo.

  Yo muchas veces digo que el amor no siempre es suficiente. En ocasiones sí, porque no tengo problema en dejar mis deseos a un lado para vivir una vida con otro, pero otras veces no vale: por ejemplo, si no he tenido hijos porque mi pareja nunca ha planeado tenerlos, es posible que siempre tenga esa idea en mi cabeza y que, a la larga, se convierta en una gran piedra. Puede que no le haya dejado seguir su sueño de ser famoso porque yo no podría soportar los celos, pero a la larga él se planteará si habría conseguido su meta y me culpará a mí de no conseguirlo.

  Así que, antes de que surjan los reproches y las culpas, tengo que saber si se trata de una piedra con la que yo puedo vivir... O si vamos a tener que separarnos y seguir caminos distintos (pero más llanos y paseables).

 
“No tenía miedo a las dificultades: lo que la asustaba era la obligación de tener que escoger un camino. Escoger un camino significaba abandonar otros.”
Paulo Coelho (1947), escritor brasileño