Los vestimos de amor verdadero y decimos que estamos protegiendo lo que es propio. Los disfrazamos con los "motivos que me da para sospechar". Subrayamos que surgen del temor a perder al otro, cuando en realidad el temor es a perdernos nosotros mismos. Hay un fuerte miedo a que nos traicionen y a sentir que no valoran todo lo que estamos entregando: siento que mi yo es inferior frente a lo que otras personas tienen para ofrecer a mi pareja.
Lo que siempre acompaña a los celos en quien lo siente es una gran inseguridad en uno mismo. Porque sea de una forma más o menos directa, el pensamiento que hay debajo es "puede encontrar alguien mejor que yo, es fácil ser mejor que yo". El problema aparece cuando esos celos se van convirtiendo en una posesividad enfermiza que acaba limitando al otro: qué hace, qué dice, con quién habla, con quién se ve...
Y es que no es nada fácil librarse de ellos. Una vez que aparece el monstruo verde de los celos, es muy difícil hacerlo desaparecer sin una búsqueda incesante de la verdad. La respuesta podría estar en lo que los diferencia de la envidia. Así como sentimos envidia de algo que no tenemos, los celos surgen de lo que sí tenemos y, efectivamente, tememos perder. Por eso se nos complica la tarea de olvidar algo cuando estamos expuestos a ello constantemente y entendemos a enjaular las cosas que nos los producen. Lo que pasamos por alto es que a quien realmente enjaulamos es a quien queremos.
Pero recuerda: los celos no deben ser parte de una relación sana. Tanto si los sientes como si tu pareja te acusa de ello, es una gran piedra en vuestro camino que debéis intentar sacar de ahí. Si no desaparecen... Quizá no es la pareja adecuada. Porque para ninguno de los dos es fácil: ni sentir que alguien puede alejarme de quien quiero ni sentir que alguien que quiero corta mis alas y mi libertad.
“El que es celoso, nunca es celoso por lo que ve. Con lo que se imagina basta.”Jacinto Benavente (1866-1954), dramaturgo, guionista y director de cine español