martes, 13 de octubre de 2015

¿Celos? ¿Yo?

  "Pareja celosa, pareja valiosa". Existe el mito de que los celos son una buena señal, que indican que el amor es mejor, más profundo, más romántico. Pero no, los celos no son una característica obligatoria del amor. Es más, si hay algo que debería ser básico es la ausencia de los celos, que no aportan nada a la relación. 

  Los vestimos de amor verdadero y decimos que estamos protegiendo lo que es propio. Los disfrazamos con los "motivos que me da para sospechar". Subrayamos que surgen del temor a perder al otro, cuando en realidad el temor es a perdernos nosotros mismos. Hay un fuerte miedo a que nos traicionen y a sentir que no valoran todo lo que estamos entregando: siento que mi yo es inferior frente a lo que otras personas tienen para ofrecer a mi pareja.

  Lo que siempre acompaña a los celos en quien lo siente es una gran inseguridad en uno mismo. Porque sea de una forma más o menos directa, el pensamiento que hay debajo es "puede encontrar alguien mejor que yo, es fácil ser mejor que yo". El problema aparece cuando esos celos se van convirtiendo en una posesividad enfermiza que acaba limitando al otro: qué hace, qué dice, con quién habla, con quién se ve...

  Y es que no es nada fácil librarse de ellos. Una vez que aparece el monstruo verde de los celos, es muy difícil hacerlo desaparecer sin una búsqueda incesante de la verdad. La respuesta podría estar en lo que los diferencia de la envidia. Así como sentimos envidia de algo que no tenemos, los celos surgen de lo que sí tenemos y, efectivamente, tememos perder. Por eso se nos complica la tarea de olvidar algo cuando estamos expuestos a ello constantemente y entendemos a enjaular las cosas que nos los producen. Lo que pasamos por alto es que a quien realmente enjaulamos es a quien queremos.

  Pero recuerda: los celos no deben ser parte de una relación sana. Tanto si los sientes como si tu pareja te acusa de ello, es una gran piedra en vuestro camino que debéis intentar sacar de ahí. Si no desaparecen... Quizá no es la pareja adecuada. Porque para ninguno de los dos es fácil: ni sentir que alguien puede alejarme de quien quiero ni sentir que alguien que quiero corta mis alas y mi libertad.
 
“El que es celoso, nunca es celoso por lo que ve. Con lo que se imagina basta.”
                        Jacinto Benavente (1866-1954), dramaturgo, guionista y director de cine español 

lunes, 5 de octubre de 2015

Si el amor es ciego, démosle un bastón

  ¿Recuerdas la gallinita ciega? Ojos vendados, un par de vueltas sobre un mismo punto y desaparecía toda noción de tiempo y espacio. Yo recuerdo la sensación de estar perdida, de no saber si iba a ganar o chocar. Y el deseo de que a algún compañero de juego se le escapara la risa viéndome mover los brazos para asegurarme, al menos, de no estar alejándome. Recuerdo el miedo a quedarme sola, a no saber qué estaba pasando. Y dicen que el amor es ciego. ¿Significa eso que el amor no sabe qué está pasando? ¿De verdad el amor es ciego?

  No puede ser tan inconsciente. El amor no debería lanzarse al vacío sin saber si va a ganar o si se va a chocar. No puede ser que esté deseando que alguien de fuera haga ruido para depender de los sonidos. Es imposible que esté tan ciego como para no saber que se está alejando y se está quedando solo. 

  Porque por mucho que sea una bonita sensación, no podemos rendirnos al amor sin vivirlo con todos los sentidos. Si le vendamos los ojos y no le damos algo con lo que ayudarse, se perderá muchas cosas: no jugará con las miradas, no percibirá todos los colores y matices ni la belleza de la relación. Pero a la vez, ocurrirá algo mucho más peligroso. Porque tampoco verá los obstáculos, las piedras en el camino, los riesgos que corremos ni los peligros de quienes nos quieren mal. Por eso no podemos dejarnos llevar hasta que el golpe llegue.

  Dice la canción de los Beatles, vivir es fácil con los ojos cerrados / confundiendo todo lo que ves. En el amor no debemos estar confundidos, no debemos malinterpretar ni perdernos las señales. Lo que verdaderamente nos facilita el camino es saber dónde están esos obstáculos y prepararnos para saltarlos.

  Y si de verdad el amor es ciego, démosle un bastón. Un perro guía, un sentido del oído más desarrollado, habilidad para leer braille y un sistema de pantalla parlante. Démosle incluso un acompañante que le permita esquiar en las Olimpiadas. Porque quizá sí sea ciego y no mire con los ojos, pero la ceguera no significa vivir a la espera de que alguien nos salve de chocar. Hay formas de evitar el golpe.

“Pintar el amor ciego es una sinrazón de los poetas; es preciso quitarle la venda y devolverle para siempre la alegría de sus ojos.”
Blaise Pascal (1623-1662), escritor francés