No puede ser tan inconsciente. El amor no debería lanzarse al vacío sin saber si va a ganar o si se va a chocar. No puede ser que esté deseando que alguien de fuera haga ruido para depender de los sonidos. Es imposible que esté tan ciego como para no saber que se está alejando y se está quedando solo.
Porque por mucho que sea una bonita sensación, no podemos rendirnos al amor sin vivirlo con todos los sentidos. Si le vendamos los ojos y no le damos algo con lo que ayudarse, se perderá muchas cosas: no jugará con las miradas, no percibirá todos los colores y matices ni la belleza de la relación. Pero a la vez, ocurrirá algo mucho más peligroso. Porque tampoco verá los obstáculos, las piedras en el camino, los riesgos que corremos ni los peligros de quienes nos quieren mal. Por eso no podemos dejarnos llevar hasta que el golpe llegue.
Dice la canción de los Beatles, vivir es fácil con los ojos cerrados / confundiendo todo lo que ves. En el amor no debemos estar confundidos, no debemos malinterpretar ni perdernos las señales. Lo que verdaderamente nos facilita el camino es saber dónde están esos obstáculos y prepararnos para saltarlos.
Y si de verdad el amor es ciego, démosle un bastón. Un perro guía, un sentido del oído más desarrollado, habilidad para leer braille y un sistema de pantalla parlante. Démosle incluso un acompañante que le permita esquiar en las Olimpiadas. Porque quizá sí sea ciego y no mire con los ojos, pero la ceguera no significa vivir a la espera de que alguien nos salve de chocar. Hay formas de evitar el golpe.
“Pintar el amor ciego es una sinrazón de los poetas; es preciso quitarle la venda y devolverle para siempre la alegría de sus ojos.”Blaise Pascal (1623-1662), escritor francés
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