Hay distintos tipos de secretos. Por ejemplo, a veces lo guardamos porque el resultado va a ser positivo para mí o para otra persona (como cuando organizamos una fiesta sorpresa). Pero cuando a ese secreto lo rodea una sensación de vergüenza o de culpabilidad, existe la posibilidad de convertir ese secreto en un tabú, algo de lo que no se puede hablar o ni siquiera mentar.
Los tabús están más presentes en el día a día de lo que podemos pensar. Una enfermedad que no se quiere compartir, el silencio ante el hecho de acudir a terapia de pareja por miedo al prejuicio o al rechazo, los secretos de una vida anterior a la pareja actual o no utilizar cierta palabra por miedo a que hablemos de algo que quiero esconder, son unos pocos ejemplos de las cosas que llegamos a ocultar a las personas más cercanas a nosotros. Y es que los secretos (cuando se trata de aspectos muy importantes en mi vida, de algo que ha definido de alguna manera mi forma de ser) pueden llegar a ser un enorme obstáculo en la pareja, por varias razones.
Una de ellas es que supone una carga emocional tener este GRAN secreto entre las manos: no puede surgir la pregunta, no debe salir el tema, no puedo manifestar mi opinión por si se me nota... Y estar tan pendiente de todo esto se convierte en una fuente de malestar. Entonces, llegamos a la comunicación: es muy difícil que la comunicación (esa a la que tanta importancia deberíamos dar en pareja) sea fluida y genuina si alguno de los dos está prestando más atención a lo que no se permite decir que a lo que verdaderamente quiere decir. Y de una mala comunicación, llegamos a un pobre conocimiento del otro: si no hablamos de algo o tenemos que mentir con respecto a una parte esencial de nuestra vida o de nuestro pasado, es muy difícil que la persona que tenemos delante nos conozca; lo que conoce es la versión que le he mostrado. Y si no nos conocemos del todo, ¿por qué estar?
Cuando la comunicación tiene una traba, solemos optar por el silencio. No hablar con mi pareja, no responder a una pregunta, callar en el momento en que surge esa pregunta o ese tema va afectando a nuestra relación. Se trata de secretos que entierran y silencian mi historia o la del otro: pesan como una losa sobre los hombros del que lo mantiene, que se siente superado por la situación; y confunden al otro, que siente que falta información y no puede actuar en consecuencia. Y acabamos estando tan incómodos como ese silencio que se ha producido en la conversación.
La cuestión es que todos deberíamos tener secretos, pequeñas parcelas de intimidad en los que poder guardar mis cosas, mis historias, mi vida... Lo malo es que hagamos una barrera infranqueable alrededor de ese secreto, que construyamos un muro tan alto alrededor de esa parcela que mi pareja vea la fortaleza desde bien lejos pero no sepa ver qué hay al otro lado. El cemento que rodea esa información destruye nuestras relaciones y desorientan nuestra identidad, porque no entra el oxígeno en la parcela.
El objetivo, por lo tanto, no es que nos lo contemos todo y que compartamos hasta el más mínimo detalle, pues esto hará que no haya una diferencia entre lo que yo soy y lo que el otro es y que nos diluyamos de por vida en un somos (del que resulta muy, muy difícil salir). No, no se trata de perder nuestra identidad. Se trata de tener la suficiente confianza tanto para poder hablar de algo con mediana naturalidad como para poder añadir "pero no me siento muy bien hablando de esto, porque supone cosas de las que me avergüenzo o en las que ya pienso yo lo suficiente". Es mejor que mi pareja sepa por qué a veces prefiero evitar un tema de conversación, a sentir que elige y ama a una versión mejorada de mí, la que llevo presentándole durante tanto tiempo.
Porque cuando entienda por qué callo y sepa qué esconden esos muros, me ayudará a guardar mi secreto, en lugar de intentar derribarlos para conocer.
“Hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio”.Mario Benedetti (1920-2009), escritor uruguayo
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