lunes, 31 de octubre de 2016

El primer amor

  Comerse el mundo. Sentir adrenalina en estado puro. Crecer. Cómo será tu vida, cómo la imaginas. Diseñarla según lo que sientes. Ignorar los grises: hay blanco y negro, pero no hay medias tintas. Soñar. Y sentir, sobre todo sentir. Sentir todo al 200%. Las lágrimas son más acuosas, las risas más sonoras y los abrazos abarcan más. Eso es la adolescencia.

  Y como no sentimos nunca tanto como cuando somos adolescentes, probablemente no querremos igual en ningún momento de nuestra vida. Pero, ¿significa eso que lo que viene no es bueno?
  
  Puede decirse que no hay nada como el primer amor. La búsqueda de su mirada, los garabatos, fantasear con el futuro juntos... Es sentir mariposas en el estómago pero en su máxima expresión, sin espacio para nada más. Y además, el primer amor no siempre acaba en una relación. Puede ser ese amor platónico de la adolescencia, ese deseo sin cabeza. Pero no, eso no significa que los amores siguientes (y sobre todo, el último) no sean buenos. Porque como la mayoría de las cosas en esta vida, no se trata de la cantidad sino de la calidad. Y en el amor, tan intangible, abstracto e inmaterial, cómo nos quieren es lo que hace que elijamos quedarnos.

  Nos aterra sentir que queremos también con la cabeza (ojo... también, que por supuesto no podemos dejarnos las emociones en el maletero). Pero en realidad, es el primer amor el que nos enseña a hacerlo: nos da mayor conciencia de lo que queremos y de lo que no queremos.  

  Todos nos beneficiamos de las experiencias vividas anteriormente para que las siguientes veces nos salga mejor. Y con el amor no va a ser menos. El primer sorbo siempre es el más grande, el que más se ansía y el que bebemos con más ganas... Pero nunca es el que nos quita la sed.
  

“Al primer amor se le quiere más, a los otros se les quiere mejor.”
Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), escritor y aviador francés

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